Sujeto, ta.
[Del lat. subiectus, part. pas. de subiicĕre, poner debajo, someter].
Primera acepción: Expuesto o propenso a algo.
Cuarta acepción: Espíritu humano, considerado en oposición al mundo externo, en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o de conocimiento, y también en oposición a sí mismo como término de conciencia.

Suele suceder que en la diafanidad de ciertas circunstancias, ventilamos con empeño lo mejor de nuestra soberbia, presumiendo una condición de Seres Humanos soberanos de sí mismos, sin deseos de ser relacionados con aquello que tras el nombre de “alteridad” conocemos, y lejos de querer ser denominados como “sujetos”, pero el poder que sujeta entes está tanto dentro como al frente de nosotros.

En el presente ensayo, términos como “poder” y “sujeto”, pretendo sean entendidos y enteramente comprendidos, de forma respectiva, el primero como la facultad de realizar acciones que involucren superioridad frente a otros seres, así como dominio relativo sobre los mismos, y el segundo como el ente que está bajo el espectro de dominio, sea positiva o negativamente, de quien posee el poder. La finalidad será reflexionar entorno a cómo opera en cierto modo el poder sobre los seres, y cuáles son algunos de sus mecanismos.

Somos hombres, y el Ser Humano es un Ser de adaptación, poseemos una rica facultad para adoptar conductas o responder ante ciertas circunstancias, tanto de manera voluntaria como involuntaria. Reside en nosotros así un primer poder, el cual es ejecutado tanto por nuestro Yo (voluntario) como por nuestro organismo (involuntario). Es desde entonces que ya, paradójicamente por lo dicho, es posible identificar nuestra condición de sujetos bajo poder, y de la mano de la objetivación. Por objetivación entendemos el proceso mediante el cual lo externo a cada individuo, signifique lo mismo dentro de cada uno de ellos, por ende es socialmente compartida (lo que para mi es un vaso, tiene que ser un vaso también para todos los demás). Así es como el proceso de objetivación, describe Foucault en “El Sujeto y el Poder”, involucra el que los seres se transformen en sujetos de sí mismos al momento de asumir conductas colectivas aferradas a ciertas circunstancias, a las cuales bajo raciocinio han de adaptarse. En añadidura, y como ocurre más tradicionalmente, los seres son también convertidos a sujetos mediante dos modos previos al ya citado, e igualmente mencionados por Foucault: el primer modo de objetivación sería la ciencia misma, mientras que el segundo modo serían las “practicas divisorias” donde el ser pasa a estar dividido tanto en su interior como de los otros (ejemplos: cuerdo/loco, bueno/malo, enfermo/Sano).

Estamos constantemente bajo la sombra del poder, sea dentro o fuera de nosotros, y es menester entenderlo.

Básicamente, según los argumentos de Foucault es factible seguir desvelando en el concepto de poder, como la capacidad de un individuo, colectividad, o el mismo entorno, para imponer en cierta medida situaciones ante las cuales individuos adyacentes a estas han de aferrarse y adaptarse. Esta definición es fácilmente aplicable a instituciones, comunidades, y de forma no tan singular, gobiernos cuyos ciudadanos han debido adoptar las formas que el poder externo les impone. Y es que ocurre a la vez un problema en cuanto quienes tienen el poder, temen perder el control sobre los sujetos, evidenciando una preocupación que radica en el gusto por regir almas ajenas, luciendo lo mejor de nuestros anhelos dominantes, y por sobre todo, demostrando que quienes llegan a la posesión de poder sea cual sea su forma, tienden a abusar del mismo. Así, las ocasiones en que el Ser Humano, tras la externalización ha debido pasar a la objetivación de ciertos patrones conductuales o de, valga la redundancia, ideales colectivos, no nos son desconocidas al momento de rastrear ejemplo en la historia inmediata, sólo por citar los más universales basta con hacer hincapié en los memorables acontecimientos acaecidos en el Siglo XX tales como el régimen comunista/stalinista y el fascismo italiano, entre otros no más desconocidos ejemplos donde el “Estado de Poder” ha adquirido formas patológicas.

De todas formas, hoy y siempre, quienes poseen poder, procuran la objetivación de los sujetos, y aunque esta no sea su voluntad, son los mismos sujetos quienes bajo patrones psicológicos acaban por hacerse sujetos ellos mismos.

Citar la película “Das Experiment” vendría bien en este momento, en este filme alemán somos testigos de un experimento en donde, a modo de “mini realidad controlada”, un grupo de hombres es dividido en dos sub-grupos, a uno de los cuales les es otorgada la calidad de gendarmes de presidio mientras que los otros son designados como presos sin derechos.

Según Foucault, quien ejerza el poder sobre un grupo, ha de actuar de buena fe, procurando el bienestar común, pero alejándonos de la utopía misma que esto conlleva, vemos en el filme un triste reflejo de nuestra realidad tan humana: como ya fue dicho unos párrafos atrás, al momento de recuperar el control de unos sublevados presidiarios, los dueños del poder, a la par de su temor por la pérdida del mismo, actúan de manera despótica utilizando la humillación como recurso reducidor, siendo éste sólo el comienzo de las violaciones humanas que tomarían protagonismo luego en la transformación conductual de los ficticios policías.

Ni en la realidad, sea macro o sea micro, es cumplido a cabalidad el ideal de Foucault basado en la economía de poder, una administración eficaz y razonable de él, debido principalmente a la gran tentación que conlleva en el hombre la posibilidad de imponer la voluntad propia.

Somos entes hilvanados al poder, deseamos sujetar, y estamos sujetados por él.

Arthur Miller demuele en su aclamado drama “La Muerte de un Vendedor” el prostituido mito del sueño americano, y lo hace con la autoridad que otorga la experiencia enfatizándo ésta en su palabra, habiendo sido criado en una familia víctima del mismo delirio, una más, como refleja en la obra, de las familias universales que han visto en este modelo estadounidense un errado sinónimo de progreso y bienestar. Miller creció en plena época de depresión económica, aquella que afectó al mundo en 1929 y que continuaría azotando a la población toda una década más. Una tragedia tan cruda y que, siendo tan idónea para el contexto histórico en que fue concebida, podría ser por completo desfasada en nuestros días, tiene una preocupante vigencia.

Seres humanos desechables por el mundo en el que estamos insertos, sólo somos capaces de otorgar productividad a cambio de bienestar económico por un tiempo determinado, tenemos fecha de expiración, y nuestros servicios sólo son compatibles con las exigencias del entorno mientras mantengamos las valoradas características joviales del hombre. Es esta la lamentable realidad de millones de personas, que llegando a determinada edad, se transforman en Willy Loman, el protagonista de nuestro drama: chatarras víctimas de ilusiones y recuerdos.

El protagonista, personaje principal de la obra de Miller, destaca al hombre y el problema de envejecer, de no calzar en el dinamismo competitivo, de no servir a un sistema que exige capacidad y rapidez de movimientos y de pensamiento. No hay compatibilidad con el hombre incapaz de sostenerse a sí mismo ni psicológica como físicamente, se nos presenta como la concentración de la trágica situación a la cual se enfrenta gran parte de la población en determinado momento de su vida, y a la vez, sus mismas familias.

Willy Loman ha llegado al punto donde los recuerdos de tiempos mejores combaten a la par con la realidad del presente, y los “todo tiempo pasado fue mejor” se exhalan junto a constantes suspiros de añoranza. El sujeto se ha convertido en un problema para su contratista, ha pasado a la categoría de basura lejana de la sagacidad que alguna vez le caracterizó, en otros tiempos, en otras décadas, sin valor para lo que es hoy y sin posibilidad de reciclarse. A pesar de esto, y es menester destacarlo, no toda la dramática situación es culpa de este sistema al cual se pone énfasis por sus características malévolas, aquí el problema yace antes que todo en un conflicto de personalidad que acaece al interior de Willy Loman, siendo aquello lo realmente triste en la circunstancia presentada: nuestro protagonista no es capaz de asumir sus culpas ni tampoco su condición senil, sumergiéndose en neblinas de cuya humedad creada por delirios de grandeza insostenibles corroen su piel cuales vapores ácidos, actuando como gafas que le impiden reaccionar como aún podría hacerlo, le impiden ver y actuar contra esta sensación de derrota que aparece luego de una vida repleta de ilusiones, una realidad que afecta a muchos hombres y que es concentrada en este vendedor viajero, el cual además no es capaz de asumir sus culpas en lo que refiere a la formación de sus vástagos, ni de hacer algo que pudiendo despertar sus adormecidas mentes, pueda remediar la situación de la familia. Ambos hijos en edad de trabajar, se muestran no indiferentes a la oscura realidad de la familia pero sumidos en la desidia y en la indecisión no podrían sacar adelante al destruido clan. Ahora es tarde, es el momento de hacer los ajustes, las sumas y las restas, sólo que no tiene ninguna paz interior y los abismos de la convivencia con la familia son insalvables.

Se nos ha presentado a un hombre perdido en ensoñaciones de éxitos posibles no realizados, con hijos que no lo respetan y que no han cumplido con sus expectativas, la historia de éste nuestro antihéroe fue un duro despertar a una realidad molesta pero verdadera. Su impacto fue muy grande en Estados Unidos donde se suponía que eso no podía suceder.

Los Loman son los muertos del sueño americano, pero Willy Loman es por sobre todas las cosas, víctima de su propia terquedad dentro de un sistema que exige temperamento fuerte y desicido, un entorno que no es apto para los débiles y que cada día, mientras más civilizado se torna, más impera la ley del más fuerte, y es así, y debemos adaptarnos.


[Éste clásico montaje norteamericano, obra clave del teatro contemporáneo, es presentado en el Teatro Nacional Chileno bajo la dirección de Raúl Osorio desde el 3 de Octubre hasta el 29 de Noviembre. Es el actor nacional Óscar Hernández el encargado de echar sobre sus hombros la tarea de interpretar al protagónico Willy Loman, dura labor considerando la profundidad de un personaje colmado en sueños e ilusiones rotas, cansancio y tozudez infinita. Acompañan al destacado artista, Carmen Disa Gutiérrez, bajo el papel de Linda, la esposa de Willy; Ignacio Hurtado y Nicolás Pavez, representando a sus hijos Biff y Happy respectivamente, y el a veces oscuro tío Ben, concreción del éxito y prestigio negados a Willy su hermano, cuyo papel está muy bien logrado por Hugo Medina]

Explicación.

- Es culpa de los caballos, turban mi mirada mientras se aparecen en los momentos más inesperados de cada tarde, no puedo soportar que piensen que es mi culpa, pero no puedo reprocharles el no saber que es culpa de los caballos, porque yo sé que sólo yo puedo contemplarlos, ver mis caballos, esos que aproximadamente a las cinco de la tarde, todos los días, toda la semana, veo venir desde el horizonte por la avenida O'Higgins, corren hacia mí, a menos de un metro se detienen y me esquivan observándome, aterrándome con la sensación de que me aplastarán, se burlan de mi miedo, se van corriendo y me dan la espalda los muy descarados y me dejan ahi, sin poder explicarle al cajero del café Luxemburg que no he traido el dinero, que no sé cómo explicarlo, que deben haber sido los caballos quienes me lo han arrebatado, pero él no me cree y está bien, porque él es humano como los demás, y ellos no me creen, y nadie me cree, pero yo sé que es verdad que a diferencia de las experiencias contadas por otros en breves cuentos y novelas las que han narrado y yo leido, no me dejan pensar, y no me dejan pensar nunca.

"Es culpa de los caballos, creeme porfavor.."

Estaban juntos, abrazados, tan sólo quédate un rato aquí, conmigo quédate sólo un rato más, sí, me quedaré, sólo porque tú me lo dices y porque la noche enfría la tarde, y con que tú me lo pidas, con que yo te lo pida basta, aquí, entre edificios y sobre la estación del metro subterráneo, es nuestro mundo, nuestro hábitat, estamos bien aquí, juntos tú y yo, como siempre, les vi sentados en la escalera abrazados, y yo, como siempre, atrasado, siempre llega atrasado a juntarse conmigo y me deja sola, y lejos, siempre, estamos tan lejos siempre.

Vestido de Puntos.

Da la casualidad que los puntos de su vestido, la disposición de éstos, son similares a la proximidad y adyacencia entre aquellos conformantes de nuestro horizonte, y siempre por casualidad, han descubierto ellos que nosotros y que ustedes podemos tal cual pueden suprimirse, la forma de separarse, la forma de eliminarse. Dejar de Ser Yo para pasar a Ser Yo, como el haz de luz penetrante en las que ya de noches nada tienen. Sin nuestras caras, en las que mañana fueron todo y ayer serán nada. En las que NO son noches, mientras pro yectá bamos la vista, mientras pro yectá bamos el destino extendiéndolo como si fuese un elástico, como si hubiese sido, como si hubiese de ser, pero esperen, mientras proyectábamos la vista en la realidad, más que siempre, y el mañana que existe nuevamente.

La prevalencia imperecedera del tiempo

     pre pre pre
      pre valencia                         tiempo

atada/o al despertar
              (al despertar matutino
                              y su sombra)

la de sus largas pestañas [*en mi cuello*]
como si la longitud de su extensión quisiera imitar el horizonte (desmembramiento del...
                             de él)

háceme sentir lo mismo cada tarde, el desmembramiento anaranjado del, mis OjOs puestos en él, y su sombra.

Cuando una novela tan manoseada por agentes cuadriculadores de las letras y del pensamiento estético, hablo directamente sobre aquellos pertenecientes al mundo Analítico Literario, es desempolvada y releída con objetivos estudiosos de resultados inciertos, no me cabe la menor duda que ella sufre, sufre la novela y sufren los habitantes de ella: sufre la ficción.

Manifiesto y exalto el goce que, como escritores, nuestra creación nos otorga en su calidad de hijos sanguíneos, nosotros disfrutamos en equivalencia al disfrute de nuestros lectores, cuando aquello ocurre de manera efectiva, y nos apenamos de igual manera, cuando lo esperado no ocurre, y cuando la comprensión esperada surge del parto del entendimiento en forma de cesárea u otros procedimientos quirúrgicos, y no por alumbramiento natural del proceso reflexivo.

Cien Años de Soledad es una de esas novelas cuya comprensión, sin duda, debe provenir de dar a luz la razón sin intervenciones contra natura, sin embargo, a 41 años de su aparición en el universo, el ingenio humano no se ha cansado de producir espectros mecánicos de esta destacable creación.

En esta oportunidad abocaré mis esfuerzos en procurar romper con esta deprimente situación medieval, cuidando profundizar desde una perspectiva tan humana como lo es el problema existencialista, hilvanando a la mencionada doctrina con las páginas concebidas por Gabriel García Márquez, y estando en ello, explicar qué es lo que sucede respecto al desenvolvimiento de algunos de los personajes situados en ella, particularmente con los pertenecientes a la familia Buendía.

Así pues, el narrador, nos sitúa ante la historia de esta familia, relatándonos sus tiempos primigenios o “prehistóricos” a modo de Racconto de lo que es el hecho desencadenante de lo que podríamos llamar “historia” propiamente tal: la fundación de Macondo, poblado mítico; seremos testigos auditivos de lo que acaece en este pueblo levantado por una tropa de autoexiliados y una pareja fundadora, y de la degeneración de su estirpe para concluir con la desaparición de la misma, siendo así cerrado el ciclo. Nos importan primeramente los sucesos correspondientes a la historia, a lo largo de aquellos años veremos al clan Buendía sumirse en el sino trágico y hereditario que otorga título a la novela: la Soledad; realidad inherente a cada uno de los miembros de la familia, siendo aquí preciso detenernos: son los Buendía nada más ni nada menos que una alegoría a la humanidad entera, como lo es Macondo una imagen de nuestro mundo. Deseo que esta situación eminentemente ligada a la filosofía existencialista quede clara, apoyándome en lo que el viejo Jean Paul Sartre oró en su conferencia “El Existencialismo ¿es un Humanismo?”, manifiesto del verdadero sentir y pensar existencialista. Sea dicho de forma nítida: hemos nacido solos y hemos de fenecer solos. Sin embargo, no es ésta la tragedia del humano consciente de su condición mortal y de su ineludible fin, como han querido proclamar algunos malentendidos en la materia, dando a entender que el existencialismo invitaría a un estado de quietud y contemplación; no, no es así, la real situación angustiante y desesperante, es que el hombre una vez yecto en el mundo, una vez poseedor de existencia corporal, es responsable de Ser, es dueño de su destino y del trabajo consistente en forjar su esencia a voluntad, sea, el hombre comienza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y luego se define; comienza por ser nada, sólo será después, adjunto al paso del tiempo, y será tal como se haya hecho. Así es como cada Buendía al igual que cada uno de nosotros, forja su propio destino en y alrededor de Macondo, más allá de lo que sus nombres involucren, más allá de lo que el esoterismo indique, ellos no son otra cosa que lo que ellos mismos se hacen, y ante todo, lo que se habrán proyectado ser, siendo el ícono de todos nosotros, los humanos habitantes del planeta Tierra. Es menester destacar el porqué de la importancia de realizar un análisis existencialista correcto a Cien Años de Soledad: el pensar existencialista en ningún momento pretende atar al hombre frente a su destino fatídico, por el contrario, y como ya fue dicho, da al hombre una posibilidad de escapatoria, una posibilidad de ser él mismo, distinto a todos los otros hombres en cada una de las opciones o caminos que elige en la vida, haciendo y deshaciendo alternativas, el hombre adquiere esencia. Es ahora cuando quiero mencionar el tema del amor en Cien Años de Soledad, como el tubo de oxígeno que sin cesar buscan los miembros de la redundante estirpe Buendía para poder vivir en paz, sin lograr encontrarlo, sin lograr caer antes a causa de sus propias decisiones. Úrsula Iguarán, la matriarca fundadora, tiene muy clara esta situación, siendo ella la única sostenedora del afecto en la familia, a tal punto que con posterioridad a su deceso, la desaparición de la familia es inminente: a los Buendía les mata su soledad, les mata su falta de amor, pero por sobre todas las cosas los acaba su esencia, la que ellos mismos se forjaron. “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la Tierra”: la estirpe humana tiene una única posibilidad de Ser ella misma, y cada uno de nosotros como miembros de ésta, somos responsables de llevar a cabo la realidad que nos proyectamos, solos (soledad de elección), y sin posibilidad de retorno.

La vida se convierte en un tablero de ajedrez, donde los hombres son figuras que se capturan en un país que comienza a despedazarse, siendo la irracionalidad, la gran triunfadora.

Los personajes de esta novela, serán doblegados por las circunstancias y, en una atmósfera enrarecida, serán arrastrados en las turbulencias de un tiempo que marcó a generaciones creando un imaginario social.

Es una pluma ágil la de Germán Bielefeldt, con necesarias dosis de ironía. La lluvia y el tibio sol de una primavera tenebrosa, construyen un escenario donde se juega una partida, que puede ser la excusa o bien un acto de inocencia frente al desmoronamiento de una sociedad que se autodestruye.

Cada hombre y mujer de esta historia, son consecuentes con sus ideales y valores, asumiento su posición en el complejo engranaje de la realidad. Algunos se autodescubren, otros se reafirman. Desde distintas trincheras, todos están entrelazados, a cada uno le corresponderá ir lentamente cortando los nudos.

La descripción de lugares y elementos propios de una época lejana, sirven para adentrarnos en un período de nuestra historia que suele provocar reacciones diversas, pero difícilmente, indiferencia.
Germán conjuga su pasión de ajedrecista con una escritura que busca profundizar en las acciones de los hombres, sus motivaciones, y como suelen estas, convertirse en un verdadero "Jaque a la razón"

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Rossana Barría al mando (al menos a ratos en este blog).

A puro cansarnos.

Qué rico sería poder regresar a casa por las tardes fumándome un cigarrillo en el microbus, de últimas bien pegado a la ventanilla para que el humo no molestara tanto.

Si regalaran cajetillas por la recarga de tu tarjeta Bip!, sería muy probable que la gente fuese más sociable, yo personalmente, me haría de muchos conocidos a lo largo de mis trayectos diarios, no faltaría a quien ofrecer un cigarrillo sin tener que pasar por la incómoda pregunta "Hola, ¿fumas?" y simplemente sería cosa de extender la cajetilla y aplicar imaginación, el tema que salga primero, lo que se exhale. Tampoco faltaría quién me ofreciera un cigarrillo de vez en cuando. El humo y el tabaco en sí son dañinos, es la pura verdad, pero qué importa morir un par de años más jóvenes, sí los años vividos fueron disfrutados en plenitud, con una sonrisa en el rostro, lanzando anillos de humo y platicando de la vida con gente anónima en el viaje desde mi colegio/universidad/trabajo a la casa/departamento/hogar (no todos tienen un hogar). Yo apuesto por una vida disfrutable y tranquila, simple o compleja, a gusto del usuario, y con un cigarrillo entre los labios durante cada conversación, así como para entablar una, para darle fin, para compartir y para reir lo que dura el papelillo hasta que el fuego consuma la colilla.


Entre estas ideas y anhelos de quietud, es como uno continúa dándose cuenta (o comienza a percatarse) que en verdad no, que en realidad con el cuerpo que cada quien posee y que nos fue dado hemos venido a esta vida, concretamente (sin ponernos romanticos) a puro cansarnos.

Focalización Cero.

Modo narrativo en el cual el narrador, valga la redundancia, posee conocimiento total y absoluto respecto a la mente y procesos intelectuales, así como psicológicos, del personaje en cuestión.

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