Arthur Miller demuele en su aclamado drama “La Muerte de un Vendedor” el prostituido mito del sueño americano, y lo hace con la autoridad que otorga la experiencia enfatizándo ésta en su palabra, habiendo sido criado en una familia víctima del mismo delirio, una más, como refleja en la obra, de las familias universales que han visto en este modelo estadounidense un errado sinónimo de progreso y bienestar. Miller creció en plena época de depresión económica, aquella que afectó al mundo en 1929 y que continuaría azotando a la población toda una década más. Una tragedia tan cruda y que, siendo tan idónea para el contexto histórico en que fue concebida, podría ser por completo desfasada en nuestros días, tiene una preocupante vigencia.

Seres humanos desechables por el mundo en el que estamos insertos, sólo somos capaces de otorgar productividad a cambio de bienestar económico por un tiempo determinado, tenemos fecha de expiración, y nuestros servicios sólo son compatibles con las exigencias del entorno mientras mantengamos las valoradas características joviales del hombre. Es esta la lamentable realidad de millones de personas, que llegando a determinada edad, se transforman en Willy Loman, el protagonista de nuestro drama: chatarras víctimas de ilusiones y recuerdos.

El protagonista, personaje principal de la obra de Miller, destaca al hombre y el problema de envejecer, de no calzar en el dinamismo competitivo, de no servir a un sistema que exige capacidad y rapidez de movimientos y de pensamiento. No hay compatibilidad con el hombre incapaz de sostenerse a sí mismo ni psicológica como físicamente, se nos presenta como la concentración de la trágica situación a la cual se enfrenta gran parte de la población en determinado momento de su vida, y a la vez, sus mismas familias.

Willy Loman ha llegado al punto donde los recuerdos de tiempos mejores combaten a la par con la realidad del presente, y los “todo tiempo pasado fue mejor” se exhalan junto a constantes suspiros de añoranza. El sujeto se ha convertido en un problema para su contratista, ha pasado a la categoría de basura lejana de la sagacidad que alguna vez le caracterizó, en otros tiempos, en otras décadas, sin valor para lo que es hoy y sin posibilidad de reciclarse. A pesar de esto, y es menester destacarlo, no toda la dramática situación es culpa de este sistema al cual se pone énfasis por sus características malévolas, aquí el problema yace antes que todo en un conflicto de personalidad que acaece al interior de Willy Loman, siendo aquello lo realmente triste en la circunstancia presentada: nuestro protagonista no es capaz de asumir sus culpas ni tampoco su condición senil, sumergiéndose en neblinas de cuya humedad creada por delirios de grandeza insostenibles corroen su piel cuales vapores ácidos, actuando como gafas que le impiden reaccionar como aún podría hacerlo, le impiden ver y actuar contra esta sensación de derrota que aparece luego de una vida repleta de ilusiones, una realidad que afecta a muchos hombres y que es concentrada en este vendedor viajero, el cual además no es capaz de asumir sus culpas en lo que refiere a la formación de sus vástagos, ni de hacer algo que pudiendo despertar sus adormecidas mentes, pueda remediar la situación de la familia. Ambos hijos en edad de trabajar, se muestran no indiferentes a la oscura realidad de la familia pero sumidos en la desidia y en la indecisión no podrían sacar adelante al destruido clan. Ahora es tarde, es el momento de hacer los ajustes, las sumas y las restas, sólo que no tiene ninguna paz interior y los abismos de la convivencia con la familia son insalvables.

Se nos ha presentado a un hombre perdido en ensoñaciones de éxitos posibles no realizados, con hijos que no lo respetan y que no han cumplido con sus expectativas, la historia de éste nuestro antihéroe fue un duro despertar a una realidad molesta pero verdadera. Su impacto fue muy grande en Estados Unidos donde se suponía que eso no podía suceder.

Los Loman son los muertos del sueño americano, pero Willy Loman es por sobre todas las cosas, víctima de su propia terquedad dentro de un sistema que exige temperamento fuerte y desicido, un entorno que no es apto para los débiles y que cada día, mientras más civilizado se torna, más impera la ley del más fuerte, y es así, y debemos adaptarnos.


[Éste clásico montaje norteamericano, obra clave del teatro contemporáneo, es presentado en el Teatro Nacional Chileno bajo la dirección de Raúl Osorio desde el 3 de Octubre hasta el 29 de Noviembre. Es el actor nacional Óscar Hernández el encargado de echar sobre sus hombros la tarea de interpretar al protagónico Willy Loman, dura labor considerando la profundidad de un personaje colmado en sueños e ilusiones rotas, cansancio y tozudez infinita. Acompañan al destacado artista, Carmen Disa Gutiérrez, bajo el papel de Linda, la esposa de Willy; Ignacio Hurtado y Nicolás Pavez, representando a sus hijos Biff y Happy respectivamente, y el a veces oscuro tío Ben, concreción del éxito y prestigio negados a Willy su hermano, cuyo papel está muy bien logrado por Hugo Medina]

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